Hemos visto históricamente a lo largo de todo el siglo XX, como la sexualidad ha adquirido un nivel de importancia en la sociedad. Desde su estudio biológico, pasando por la investigación médico-científica, el análisis psicológico, la interpretación filosófica y como no, su esencia espiritual y cultural, que ha impactado en el mundo moderno. Hoy, en pleno siglo XXI estamos viviendo y experimentando el resultado de todo este proceso anterior, que ahora se ha conjugado con un factor ideológico en la determinación de políticas públicas, es decir, los planes gubernamentales que cada Estado tiene para el cumplimiento no solo de sus objetivos sino de las agendas internacionales.
En ese sentido la bioética como estudio de los principios éticos en el campo de la vida humana, tiene mucho por analizar y cuestionar en relación a nuestros cuerpos y la sexualidad. Quiero presentarles tres casos con historias distintas pero que en el fondo tiene mucho en común:
- Keira, es una niña deportista que juega con chicos, se viste como ellos y actúa en camaradería masculina, pero al iniciar su periodo de pubertad, cambiarse de ciudad y cumplir los catorce años empezó a sentirse incómoda con su cuerpo, sufrir depresión, y alejarse de la vida social, se apartó de sus amigos y los cambios adolescentes la atormentaba tremendamente.
- Sandra (como le gusta hacerse llamar), es un hombre afeminado, que empezó a sentir gusto por los vestidos, los pintauñas y el maquillaje, soñaba con ponerse minifalda desde los dieciséis años, sin embargo, en su familia se vivía violencia intrafamiliar, razón que lleva a que Sandra se refugiara en la vida nocturna, las drogas, el alcohol, y a recibir influencia de malas personas.
- Walt, es un niño que le gustaba los coches, las guitarras y los juegos de vaqueros, cuando empezó a visitar a su abuela, está le pareció buena idea regalarle un vestido color púrpura, al mismo tiempo empezó a sufrir acoso y abuso sexual por un familiar, al punto de avergonzarse de su masculinidad.
¿Qué tienen en común los tres casos descritos? Más adelante lo veremos.
La sexualidad es parte consubstancial del ser humano, está presente desde la concepción, vive con nosotros en diferentes etapas, procesos y experiencias de todo tipo (emocional, corporal, social, etc…) hasta el fin de nuestros días. Teóricos importantes, como, por ejemplo, el psicoanalista Sigmund Freud, en su obra “El Malestar en la Cultura”. expresó que lo que determina el objeto de la vida es el principio del placer, es decir la satisfacción de necesidades retenidas. Aquí entran en juego los síntomas del deseo y el impulso sexual, que están represados en el inconsciente humano, que se desarrollan desde la niñez y la forma en que ciertos procesos anímicos del afecto han sido rechazados en la infancia, conllevan a buscar cierta seducción originaria o pedofílica. No en vano el complejo de Edipo (la supuesta atracción sexual por la madre progenitora) ha sido ampliamente discutido.
Por otro lado, el filósofo Herber Marcuse de la escuela de Frankfurt, lleva un poco más a fondo esta teoría psicoanalítica y señala, en su obra “Eros y Civilización” que: “La historia del hombre es la historia de la represión y tal restricción es la precondición esencial del progreso”. Eso significa que, a partir de una psicología social, la construcción de los hombres es un producto de la civilización que a su vez es el resultado de su propia objetivación, esto último lo asume bajo una perspectiva marxista de la historia. El individuo tiene que transformar el objeto de sus deseos para hacerlos componibles es decir que concuerden con una realidad social. Es allí donde ve la necesidad de transformar la energía de Eros (el arquetipo de la pasión física y emocional basado en un goce corporal estético) para focalizarse en el desarrollo de un trabajo no placentero. Es así como el trabajo se convierte en instrumento de alineación bajo una forma específica de cultura de poder dominante y bajo las instituciones de consumo, se suprimen los instintos. Marcuse afirma que tanto la sexualidad como la cultura no parten o inician de la naturaleza sino de las instituciones de dominación.
Todo lo anteriormente expresado, se desemboca en la moderna teoría queer, de la filósofa Judith Butler, en su obra “El género en disputa”. Busca deconstuir los propios discursos que se han instaurado dentro de la distinción de términos como “genero”, “cuerpo”, o “deseo” entre otros, es decir, busca romper con todo el marco normativo heterosexual, puesto que se asume que el sexo biológico no es natural ni el género es sustancial, eso incluye las mismas categorías de “hombre” o “mujer” para dar paso a toda una suerte de enfoque diferenciadores en material psicosexual que llegan al punto de no tener fin, ni orientación, ni sustento comprensible.
Aquí es donde debemos prender todas las alarmas, puesto que estas visiones decadentes de la sexualidad están cobrando relevancia en el mundo, sobre todo por agentes no gubernamentales que financian proyectos, programas, planes y obras académicas, incluso con poder de censura, que preparan el terreno para iniciar con esta serie de disparates e inconsistencias de la sana costumbre, y lo más afectados terminan siendo lo más jóvenes, los niños de la nación se ven expuestos a este influjo cultural para crear desorientación desde tierna infancia, el caso concreto de nuestro análisis, la mutilación de los cuerpos en personas con transexualidad.
El transexualismo es un trastorno mental de identidad o disforia de género, caracterizado por una identificación acusada, persistente y de malestar con el propio sexo y por un sentimiento inadecuado con el rol género, el cual provoca una profunda alteración psicológica en todos los ámbitos en que interactúa. Sin embargo, las limitaciones que genera un modelo de diagnóstico clínico, puesto que no hay unos parámetros claros ni científicos, ha hecho que la falta de recolección de datos sobre los mismos pacientes e incluso dentro de la literatura médica, sea una tarea completamente dificultosa.
¿Recuerdan los tres casos que les hable al principio? Keira Bell, Sandra y Walt Heyer tienen en común que son personas transexuales que se sometieron desde niños a un tratamiento hormonal y posteriormente una serie de operaciones quirúrgicas de reasignación o cambio de sexo, que conllevaron a la mutilación de sus cuerpos. En el caso de Keira Bell se sometió a una mastectomía, que es la extirpación de la glándula mamaria, el complejo areola del pezón y la lipoescultura completamente, es decir la mutilación de sus pechos. Hace dos años ganó el juicio en Inglaterra contra los hospitales que le aplicaron el procedimiento. El caso de Sandra y Walt Heyer, ambos se sometieron a la vaginoplastia, que es la extirpación de su órgano genital masculino, con la extracción de testículos y con los tejidos del pene, se busca darle forma de vagina artificial y algunas veces cuando no es suficiente, se utiliza tejido del colon o intestino grueso. Cabe señalar que en ninguna de estas operaciones la reversión quirúrgica es posible, incluso la piel con que se tapiza no es recuperable. Hoy, estas tres personas, son firmes activistas en contra de semejante mutilación y denuncian la carga ideológica que esto conlleva.
Debemos preguntarnos a la luz de la bioética ¿Tiene algún sentido lógico la mutilación irreversible del cuerpo por un mero goce estético frente a un problema grave psicológico? Lo peor del asunto, es que mientras hacia la investigación para este video, revisando artículos científicos y con las declaraciones de Keira, Sandra y Walt, se detectó que: 1) No existen instrumentos claros ni evidencia científica para el diagnóstico de la disforia de género y por el contrario cuando se hacen las consultas en psicología y psiquiatría en este campo, existe la tendencia a psicopatologizar todas las conductas de la persona transexual, logrando perversamente una negación del problema de fondo. 2) Hasta hace unos años la transexualidad era considerada una enfermedad mental y aun así no se le trataba como tal por los mismos profesionales de la salud, puesto que el modelo de intervención no consiste en persuadirle a la persona para que se adecue el género sentido al sexo biológico, sino por el contrario en la evaluación se procura confirmar que existe dicho sentimiento continuo en el tiempo para garantizar el éxito de la reasignación sexual. Paradójicamente se cree que el tratamiento hormonal y la intervención quirúrgica arreglan o curan el daño psicológico, cuando la evidencia empírica ha demostrado todo lo contrario. 3) No existen esfuerzos ni dentro del campo de la salud ni de políticas públicas dispuestos a realizar un previo diagnóstico diferencial, por ejemplo, si existe o no un trauma severo psicológico que pueda tratarse de forma terapéutica, para que no dé lugar a eventos tan extremos como es la mutilación de los cuerpos que hoy se ha vuelto casi que norma social y se ha promovido por organismos transnacionales. No hay una política seria de salud mental.
Es absolutamente grave como desde la academia y ciertos teóricos de las ciencias sociales y de la filosofía, están buscando promover una desorientación de identidad con teorías inconsistentes como la seducción pedofilica, el rechazo de una sexualidad natural y el extremo de la destrucción de lo que compone la masculinidad y la feminidad e incluso de la vida misma puesto que se atacan los elementos que conforman la familia como es el afecto heterosexual y su reproducción biológica natural, que luego forman la sociedad y por último la nación. Vemos como estas nefastas teorías están impregnando la mente de los más jóvenes para que enfoquen todos sus esfuerzos en una desorientación personalista pero no desarrollan sus talentos para el desarrollo o mejoramiento integral humano, sino que sigan maniatados a los designios de los poderosos. Colombia debe hacer frente a este grave problema y más aún, trabajar por una salud mental que no multiplique el daño sino mejore la vida de sus ciudadanos.